«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido» (Is 61,1). Es éste el Espíritu del cual el Señor dijo: «No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10,20). E igualmente, cuando daba a sus discípulos el poder de hacer renacer a los hombres en Dios, les decía: «Id, y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). En efecto, es este mismo Espíritu el que él mismo había prometido, por boca de los profetas, derramarlo en los últimos tiempos sobre siervos y siervas para que también ellos profetizaran (Jl 3,1-2).
Es por eso que este Espíritu de Dios bajó sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del hombre: a través de él se acostumbró a permanecer en el género humano, a reposar sobre los hombres, a residir en la obra modelada por Dios. Realizaba en ellos la voluntad del Padre y les renovaba haciéndolos pasar de su antigua forma de vida a la novedad en Cristo.
(San Ireneo de Lión (hacia 130-208), obispo, teólogo y mártir
Contra las herejías, III, 17)
Es por eso que este Espíritu de Dios bajó sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del hombre: a través de él se acostumbró a permanecer en el género humano, a reposar sobre los hombres, a residir en la obra modelada por Dios. Realizaba en ellos la voluntad del Padre y les renovaba haciéndolos pasar de su antigua forma de vida a la novedad en Cristo.
(San Ireneo de Lión (hacia 130-208), obispo, teólogo y mártir
Contra las herejías, III, 17)
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